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martes, 27 de enero de 2009

CACIQUES Y KURACAS

!agua, agua, agua!

Cuento de julio Olivera

En memoria de mi Padre Dr. Eleodoro Olivera Cortes en los 106 años de su nacimiento.

El curaka Huaynamango en el gobierno pre-inka se las compuso para liberar a las mozas de Chaupis, Torongas, Quichuas y Checras de transportar agua en cántaros desde las lagunas encantadas de Shullavara al poblado de Pallasca. Aquellas mozas bellas y macizas eran lindas y arrobadoras y cuando llevaban los cántaros al hombro dejaban admirar senos próvidos y cinturas fascinantes.

Huaynamango se prendó de las gacelas y las cuatro le impusieron la condición de ser suyas si se las liberaba de la esclavitud del agua y del fantasma de la sed, el curaka aceptó las condiciones y enseguida movilizó a su gente y tendió una red subterránea de cuatro canales a prueba de siglos para dar agua a los cuatro barrios donde habitaban sus dulcineas, de Huacchumachay o de Chonta, de Tumabamba o Pusacocha, no se sabe de que largas distancias llevó el agua a Pallasca aquél genio enamorado, los canales pasaban por discretos vergeles y llevaban cada una de ellos la fragancia inestimable de la Panisara, el Torongil, de la hierba Luisa e Inquillpuma.

Hizo de los cuatro barrios un edén florido, donde cada una de sus amantes le prodigaban sus encantos, la red de agua iba tatuada en medio del seno de cada una de las mujeres y debería transmitirse igual en la doncella primogénita de la estirpe, al correr del tiempo se secó una vertiente, por el éxodo de las primogénitas no había el plano para la relimpia, la sed y la sequía agobiaban. En algunos pozos una esponja mitigaba la sed, doña Hermelinda fina, última primogénita de la estirpe de Huaynamango casada en buenas nupcias con don Ángel Lagomecino hubo de irse a Chachapoyas a raíz de la expulsión de los jesuitas en la provincia, en la época del virrey Amat, ante la amenaza de sequía un lejano antecesor de don Nabucodonosor Ecobinarrobles se constituyó donde fina y tras un violento proceso judicial se tomó copia de la red de irrigación que escondían los opulentos, marfíleos y pundonorosos senos de la real dama.

La "sentencia" mandó tatuar el plano en el seno de las cuatro doncellas más Apuestas de cada barrio y que la sucesión primogénita continuaría la tradición ininterrumpidamente, cuantas balas y manoplas se han gastado desde entonces cada vez que la sed de los zagales los llevaba a buscar en los senos de las doncellas la red de los puquiales, donde abrevar, y cuando no se hallaban las finas los zagales recorrían por los poblados aledaños en busca de la linfa, cabalgaban briosos corceles, los jinetes iban hieráticos y estatuarios, relucientes, con las cabelleras aceitadas y las frentes altas, empolvadas en el camino, llevaban costosas casacas de cuero, llena de botones; nuevas las botas de tubo, los jatos y los estribos con aderezos de plata y las espuelas roncadoras afiladas y deslumbrantes, del cinto pendía el revólver y una carabina de la frentera de la montura, parecían nuevos pegasos mitológicos o antiguos caballeros de las cruzadas, los caballos de raza, domados para lucirse en las justas patronales de los pueblos eran ejemplares valiosos, los lomos bien conformados, recias las grupas, ágiles y nerviosos los miembros, los cuellos fuertes y flexibles, los crines bien risados, los pechos turgentes y erguidos, las cabezas cortas y en alto y los belfos sensitivos, aquellos corceles eran legendarios.

Al entrar a las poblaciones los caballos acicalaban el paso y los jinetes acomodaban sus posturas, el trote atronaba el espacio y los cascos herrados hacían brotar chispas del empedrado de las calles, los jinetes encabritaban a los potros, los hacían relinchar o piafar dantescamente y con una habilidad extremada retenían a los enajenados animales logrando empalmar un paso galano y marcial, aquellos pasos emparejados eran como endechas y resonaban como himnos triunfales.

Las gentes atónitas de los poblados o huían o se escondían ante el rebullir de los cascos o al atronar de las carabinas.... !!los pallasquinos! !los pallasquinos! ! era la voz de alarma o el grito de ansiedad de algunas valerosas mujeres que desde sus balcones espectaban la entrada apoteósica de los jinetes y el cabrioleo elegante de los corceles, ya cuando el asedio o la conquista no era botín que satisfacía, la carrera volvía a empezar más anhelante y cruenta, los caballos crujían impaciencias, eran incontenibles, saltaban abismos y vallados, más volaban que corrían y de sus fauces y de sus pechos el viento desprendía espumas, como una flecha alada cruzaban los espacios y los jinetes traspasados de emoción con los ojos desorbitados tras la visión del !agua! acosaban a los brutos y en el vértigo de la velocidad parecían escuchar el eco del murmullo de alguna fuente que incitaba el empeño... y en tanto que el sol quemaba inclemente en los campos encandilados, se angostaban los vergeles y la resolana doblegaba a los centauros.

En el camino reseco y calcinado sonaban los cascos como voces crepitantes repercutiéndose en las cumbres y volviendo el eco a resonar !agua! agua !agua! en el galopar acompasado de los corceles parecía escucharse la modulación de !agua! agua! agua! y los jinetes absortos y traspasados jadeaban voces entrecortadas !agua! agua! agua! las miradas desorbitadas en el paroxismo de la ilusión parecían ver caudales de !agua! agua! agua!

 Lima Enero 2009 

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