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viernes, 16 de enero de 2009

Los Bailes La Danza Y El Folklore

La Danza las "Pallas de Corongo"
Patrimonio Cultural de la Nación.

Del Libro de Julio Olivera Oré.

"Caminando por los Pueblos del Perú"

Recientemente acaba de firmarse la Resolución Directoral Nacional, con No.1671 de fecha 13 de Noviembre de 2008, emitida por El Instituto Nacional de Cultura del Perú, declarando a ¨ La Danza las Pallas de Corongo¨en su articulo único PATRIMONIO CULTURAL DE LA NACION. como lo señala nuestra Costitución Politica que es función del Estado la protección del Patrimonio Cultural.Sin duda alguna ¨las Pallas¨ representan cierto ideal femenono, pero no se conoce con certeza el origen de este baile. Posiblemente es un rezago del mestizaje español, como pacto social entre las comarcas. Las Pallas tenían que ser vírgenes en un comienzo, como las vestales para este rito. 

Esta danza esta entrelazada a la cultura aborigen ancashina, constituyendo un verdadero orgullo para el Perú. En la música vernácula de Ancash es difícil separar la música del baile. Ambos se entrelazan y tienen reciprocas influencias. Mientras la música modula el sonido hasta la sublimación de la melodía, el baile toma la gracia del movimiento hasta convertirlo en una ceremonia idolátrica o una floración dinámica. Tal la danza: un problema de línea y composición que crea y prodiga. Toma de la escultura la belleza de la forma y la sugestión de su plasticidad, la maravillosa combinación de los colores de la pintura, el ritmo /exuberante de la música, el tema y los personajes del drama, la elocuencia de la literatura y, de la religión el misticismo y la pompa fastuosa de su rito.

En su origen la danza era una manifestación de la vitalidad y euforia, los movimientos rítmicos estaban encaminados a la expresión y satisfacción de goces y placeres sensuales: eran los preludios del amor. Está en la propia naturaleza la raíz y el espíritu de la danza; sus movimientos muestran el esfuerzo de la supervivencia. Tal las danzas guerreras de los griegos y las contorsiones lascivas de las vacantes en las fiestas dionisiacas y orgías romanas. Evoluciona la danza y su origen erótico va cediendo; la abstracción del ritmo va dándole un contenido artístico de múltiples variaciones; una que otra danza remueve el fondo de su origen, pero la idealización del ritmo logra un contenido estético noble, lo encausa por la espiritualidad, desmaterializa los músculos y entonces la danza inspirada por una técnica magnetizante es fuente creadora de formas plásticas y de poemas rítmicos. La música como la danza son géneros artísticos y expresiones del alma popular. El baile del indio por diversión y por devoción; baila el mestizo por razón de expansión y placer. Y mientras los movimientos lo arrebatan con su hechizo y donaire la música lo envuelve en una embriaguez sensual y mística. 

El escenario del baile es el salón o las calles. Toma el hombre su pareja y en la elocución va su dicha y su destino. Es la mujer preferida: tipo de semblanza de la ensoñada. Con una cortesia mezcla de pulcritud, de timidez y satisfacción el hombre ofrece el brazo a su pareja, lo saca al ruedo y lo coloca frente a él. En los preludios de la música la pareja sufre y goza con la atención concitada en ellos.Comienza el periodo bailable del huayno o la marinera y el hombre inicia con una leve reverencia los pasos de la melodía; con una prestancia e hidalguía de buen tono yergue el torso y tiende la Mirada hacia su dueña. Siguiendo la cadencia musical, primero es un cambio de pasos ágiles y de movimientos elásticos y sensuales. Las punta de los pies ejecutan finteaos alados, florean y trazan símbolos de un dinamismo rítmico y discursivo, signos de un lenguaje y expresión de una vehemencia. El alma del varón se eclosiona en movimientos, en líneas ondulantes y efervescentes. La mujer entra al ruedo con un rubor y galanura mimosa y con una soltura y flexibilidad de gacela; en los primeros pasos garbea y una dulzura de infinita melodía asoma a su rostro; está como iluminada de placer y esparce su dicha con donaire, cautiva a su pareja, lo arrastra irresistible. Y comienzan los movimientos sutiles del pie, borda encajes, festona cintas, marca monogramas, rellena tules, cala sederias, engarza lentejuelas y mostacillas
, entorcha hilos de oro y hace primores que electrizan y anegan de dicha. Sus manos toman la falda que esta a su alcance y con ella acompaña la cadencia de sus movimientos, son alas que reman y que quieren emprender el vuelo. La destreza sabia de la mano lleva la falda de un lado a otro en ondas sinuosas que se apegan al cuerpo y dan a admirar los contornos crepitantes de la cadera, y la apostura apolínea de las pantorrillas se insinúa como un presagio cada vez que el torbellino de la danza levanta el vuelo del traje. De súbito una vuelta de remolino infla la falda y se despliega como una sombrilla hacienda estallar de aplausos al público. Cambian de lugar y se reeditan los mismos compases, una ansiedad de jubilosa Victoria los acomete al final. 

Es la fuga que se avecina con su óptima promesa. Luego la música eleva su tono, acelera el ritmo, los bordones tremolan una ansiedad sensual, las primas gimen en su histerismo desfalleciente y la melodía entra a un espasmo enervador.  

La mujer con su salero garboso llenos de jugos y gracia se adueña del escenario y avasalla a su pareja, almibara sonrisas, entorna miradas, tornea garbos, cimbra y contornea el talle, provoca e incita y sus alegres y traviesos giros excitan y fustigan, prometen y niegan con fineza para volver a insinuar con locura, y repite el juego peligroso hasta el final del baile en un ademán de inminente entrega  y vencimiento.

El varón fascinado por la provocación da a lucir sus habilidades artísticas, despliega sus recursos y se entrega a la conquista de la pareja; ejecuta movimientos de caza, hace trucos y malabares mañosos para atrapar, e insensiblemente se torna altanero, terco, agresivo; urge el rendimiento y hace avances decisivos de asalto. La mujer se defiende, evade trampas, salva escollos, se desliza sutil, hurta el talle y luego en curves sinuosas y en ondulaciones de remolino prende al varón como en una malla, lo detiene y lo hechiza. Los palmoteos enardecen y el jaloneo del cajón y las exclamaciones del jolgorio dan los contornos de una batalla rítmica. La algarabía despierta al varón y lo vuelve a la realidad.

El hombre en el huayno o la marinera taconea impávido y como un rezago de antigua costumbre no faltan caballeros que arrojen pesetas a los pies de las doncellas. Luego hace giros ondulantes, encierra en un circulo a la mujer, se encoje y crespa; sus movimientos felinos son de asecho, hay en ellos la corriente que hipnotiza. Enarbola el pañuelo lo agita alto y lo hace flamear por sobre la cabeza de su pareja. Son los heraldos del triunfo que se avecinan. La mujer entra a la lid, se recoje primero, hace acopio de fuerza, luego trata de ensanchar el círculo que le estrecha y con una galanura de bayadera levanta con la mano izquierda un extreme de la falda y con la otra ondula el pañuelo y florea la gracia. Un perfume enervador de canela y zalamería invade la sala, lo satura y lo hace enloquecer. El varón da la pauta con su taconeo verboso y arrogante, decidor de endechas y bizarrías; la mujer responde al compás, tamborilea sobre el piso melodías impetuosas y arrulladoras, repica llamadas, adosa trinos y tresillos, insta y declama. Ante el compás febricitante vibra el cuerpo, gamas fosforescentes recorren por él, zangolotean y centellan deseos, encienden pasiones y los senos acosados por el taconeo marcan el compás en el temblor melódico de sus leves oscilaciones.. En el marfil pulido de la cintura se nota que el ritmo busca su gravedad e imperceptibles contornéos de las caderas dan a florecer el sortilegio de ondas de bellezas misteriosas y deslumbrantes. Sus movimientos son cada vez más concéntricos, más íntimos, casi estatuarios, se tornan hieráticos, obedecen al destino, un destello de religión y de arte iluminan su rostro: es una escultura en pleno dinamismo melódico. El período musical se aproxima a su fin; una nota aguda y refrescante lo anuncia. Las parejas se reponen y una satisfacción inefable de felicidad y triunfo los aproxima y hermana. 

El hombre postra una rodilla de hinojos y reverencia a su pareja. Se ha cumplido una ceremonia y se ha cristalizado la inquietud en la euritmia coreográfica de la danza. Y la pareja tras de si y para siempre ha rubricado y dejado los esbozos plásticos de bellezas que inmortalizará en la evocación y el recuerdo.Otro de los bailes que han echado raíces y se ha impregnado en el ambiente es la cuadrilla y el vals. En los salones de buen tono la cuadrilla despliega sus blasones de legendaria nobleza. Mientras el tono de un aire de lanceros despierta la afición dormida con aire principesco y ceremonioso dan comienzo a los pasos y reverénciales saludos con una pulcritud y maestría que eleva al alma en vaporosas emanaciones. 

Los caballeros como personajes de leyenda y las damas como hadas encantadas Cruzan el basto salón con movimientos estilizados y vueltas raudas. El varón ofrece la mano a su pareja y ésta con aire palatino alarga la suya en un derroche de gracia; y cunde una leda emoción de romance y de ilusión, una remembranza de pecheras y levitas de etiqueta y la suntuosidad de enaguas y faldas de ruedo y de corpiños recargados de lujo. Las parejas sumidas en el conjuro de la evocación y del embrujo de la hora bailan como envueltos en la magia musical, llenan la malla de lapieza rítmica, urden y tejen filigranas que el arrobo y el ensueño idealizan. La cuadrilla toca a su fin y las parejas rivalizan en cumplidos delicados: un exquisito perfume de fragancia lírica y social satura el ambiente.En el vals la danza se hace romántica y tiene un sabor de confidencia y de fragancia. Las parejas dialogan, se insinúan cuitas y coloquios. Un registro minucioso de resortes acrobáticos arpegian ritmos melosos y cosquilleantes; son los preludios de la melodía que anuncia la intriga y sugiere la aventura. Luego un compás hechizante refresca la ansiedad con su música bailable.

La melodía se filtra en el alma de las parejas, invade el salón y cautiva al público. La cadencia, dulce, suave e insinuante llena de ensueños y aromas parece nacida de la caricia del céfiro, del vaivén de las flores y de la eclosión de los perfumes. Por eso aquel encanto que subyuga y aquel filtro que se adentra en el alma y hace que sus movimientos comiencen en el interior para florecer en la euritmia. Y la música del vals como un ensueño coreográfico de rosas y magnolias se deshoja con elegancia y arrobo. Sostenidas por el brazo las parejas se ciñen, se estrechan y abrochan; los talles se fusionan en el ritmo, se envuelven y enredan en las espirales del movimiento, nerviosas contorsiones lo recorren y serpean imperceptibles; las manos pulsan cuerpos febricitantes y un erotismo exultante adviene disimulado, asciende por los brazos, sube al busto, pone dogales al cuello. 

Los pasos del vals trenzan y anudan vehemencias, cuajan idilios y marcan destinos; el atavismo del ritmo trae a colación la sangre de su ancestro. La serenidad está a punto de naufragar en los lazos de la seducción y en el marasmo sobrexcitante del ritmo. El goce infinito del acercamiento es indescifrable, sublimiza y eleva y, un arpegio de exótica fantasía describe estilizados, lánguidos, desfallecientes y ledos movimientos. Es el “Danubio Azul” que transporta a mansiones de ensueño, Las “Quenas” que describen poemas de amor andino, “Noche de Plata” que trae el aroma musical de un primer amor bajo el fulgor lunar.Tiene el varón en sus manos un ser angélico y la mujer se entrega como en un ensueño. La melodía en leves ondas invade los espíritus, sube como espumas, se agita como un mar de blondas y se mueve como albos copos de nubes; las parejas navegan como cisnes impolutos en un lago de jazmines, flotan como un perfume sobre las ondas musicales, evolucionan arrobadas, ejecutan movimientos de paloma, de lis o de lirio. Lleva el hombre en sus brazos un búcaro de rosas que embriaga con su perfume; es un capullo de flores en ofrenda coreográfica: es la mujer que como una fantasía melódica fascina con su embrujo en la elegancia y gracia de sus giros. Y la pareja en el vértigo de la ilusión ejecuta quimeras, estereotipa miradas, tornea versos, plasma melodías, vive poemas y como una poesía llena de belleza el ambiente.

Los demás bailes no han echado raíces, ni su modalidad guarda interés folklórico. No sucede igual con la danza popular, cuyo colorido, originalidad y tradición son parte del paisaje y de la historia.
Al regnicola del Callejón de Huaylas le gusta el baile, e importa para sus fiestas una serie de comparsas y conjuntos coreográficos. De Cochucos Alto: (Huari y Pomabamba) les viene “El Inca”, El Huari Danza”, la “Quiyaya”, la Huanquilla” y la “Yurigua”. Los unos son supervivencias pre-hispánicas y los otros costumbres coloniales con mestizaje cafre-arábico. Cuando el vestuario no es netamente pre-colombino resulta un rezago español se dan a lucir las más ricas imitaciones sevillanas en un alarde de elegancia y lujo. Los danzantes se clasifican en dos bandos: los unos que se distraen y los otros que ofician un rito religioso y cumplen un voto o una promesa. Los primeros son festivos y casi siempre satíricos y bailan con júbilo inusitado y con no disimulada sensualidad, efecto del alcohol y del tema musical.

En cambio los que bailan por devoción ejecutan en sus movimientos una plegaria; la melodía como una efusión mística o esencia purificadora penetra en el organismo y con los movimientos de la danza son expulsadas las impurezas, se despojan del mal, de la voluptuosidad, de la lujuria y finalmente desarticula endriagos. Son como un lirio o una azucena mecidos por una música paradisíaca. 

El danzante por lo general precede al anda en las procesiones o evoluciona su ritmo en los atrios de las Iglesias, hierático, posesivo y fervoroso, ejecuta movimientos excéntricos y pasos cabalísticos, compases de conjuro, posturas caprichosas que consternan y que llegan hasta el espasmo y el paroxismo. De vez en cuando las lágrimas muestran la fe el dolor y la pena en el rostro del danzante. Las “Pallas” son el exponente máximo del festejo. Cuando la mujer no ha hecho voto religioso de bailar es escogida de entre las más apuestas de la comarca. Viste de cuatro a séis fustes primorosamente festonados de encajes; recillas de seda ajustan la cintura y cuelgan como dragoneras al costado; un traje de terciopelo de seda recamado y bordado de oro se ajusta al talle, dejando un costado abierto y orillado de alamares en su parte alta para lucir el ropaje interior y dar soltura a los mivimientos de la danza. En el brocado de seda del corpiño se ha engastado una profusion de alhajas. Pende del cuello collares y gargantillas que rellenan el escote y, de los pabellones cuelgan carabanas con diamantes. En los brazos, mangas holgadas flotan la vaporosa sedería y dan admirar los brazaletes, las pulseras y los rec argados anillos de las manos. Una inmensa peineta, de tipo argelino-sevillano sirve para recoger el pelo y cubrir a manera de sombrilla, está adornada de finisimas y multicolores plumas y de primorosas flores de seda. Es uno de los aditamentos que más la realza y distingue. Remata la peineta en cintas de seda multicolor que cuelgan sobre la espalda y ondulan el compass de los mivimientos de la danza.Tan rico vestido sirve para elevar el fausto del baile, ya que en el curso del ritmo las faldas ejecutan movimientos de abanico y el vuelo de las mangas flotan como alas, mientras la peineta lleva el compass de la música. Cada “palla” lleva uno o dos guardians que custodian el tesoro de que esta adornado y con este respaldo se entrega a la armonia musical y da curso a su ansiedad con un primor estético indescifrable. Y baila su emoción y su quimera, su fantasia y su ensueño; y, su cuerpo encandilado da a recitar romanzas y poémas en las sinfonias de las lineas en floración y dádiva. Su facultad interpretative y creadora se sutila y ejecuta en sus movimientos bellezas de formas y melodies ritmicas que son el trasunto de su exquisite gracia y el alma de su delicado paisaje.Escena importante constituye el tocado y arreglo de una “palla”. 

Es una verdadera fiesta social. Vestir una “palla” es una justa artística, donde el buen gusto y la riqueza rivalizan. No cabe duda que las primeras modistas fueron en Corongo las damas Catalina Liñán, doña Leonor Pantija, y posteriormente Olga Olivera, Janet Pacheco y Jady Collazos De este acierto y pericia ha de brotar el triunfo y ha de salir la airosa reina de las “pallas”. De cuatro a cinco de la tarde del dia 28 de junio se muestra a las modistas la profusion de alhajas y ropa acopiados; se escoge y elige la que más conviene y acomoda a la doncella, se consulta a los expertos y observadores especialmente invitados, se prueba y se ensaya una y diez veces hasta que la esbeltez y la soltura entonen con la apostura y el movimiento. Tras una laboriosa elección suntuaria ha quedado definido el vestido. Entre tanto ha llegado la hora de la cena y observadores y modistas en torno a la mesa comentan, auguran,vaticinan, brindan por el triunfo de su “palla”. Al final de los postres reposa la doncella y a las doce de la noche se le aplica un masaje con unguentos tonificantes. Mientras tanto se hace la aspersion cuidadosa de los perfumes en cada una de las prendas. Se inicia el vestido con un fervor y refinamiento de artifices. Ante cada una de las presndas la doncella se extremece, su ansiedad no tiene reposo; sabe y presiente que su destino se acuna en el luster y los pliegues de la ropa que poco a poco le cubren y lo transforman en una magnolia. Y un pudor de virgin le acosa con aquel persistente escozor de desazón y madurez que hace aflorar los capullos y brotar el fuego de la pasión. Las modistas han dado fin a su obra maestra. Son las dos de la mañana y la música vernacular de ritualidad anuncia la danza del alba. Una melodía de crepúsculo llena el ambiente y la “palla” sobrexitada en el periodo del arreglo ingresa al escenario. Es en los salones y patios de la casa donde inicia los primeros pasos del baile y donde ensaya figuaras para empalmarlos con sonrisas y requiebros. Luego sale a la calle e ingresa a la plaza siguiendo el compass de la música y ejecutando movimientos estereométricos, concentricos, esguinces inasibles y abstractos que le vienen del interior como un lenguaje plástico. Es una estátua melódica donde el movimiento se ha sublimado, al ritmo de “los Chirocos” y “Cajas Roncadoras”.Luego como de regreso de un sueño la “palla” expolvoréa sonrisas, regala remilgos, vuelve a los ngiros alegres, derrocha gracia, fascina y cautiva. El busto en la flexion de la danza se colma de ansiedad, la línea escultural se desborda, caracoléa, crepitan fosforescencias, estallan deséos y los movimientos en aceleración han levantado la enaguas e inflado las mangas. Son tan ágiles y ráudos los giros que la “palla” va a volar o desaparecer. Más la música cambia de compás y la “palla” prosigue su recorrido en el tornéo con un donaire pulquérrimo y alquitarado. Baila todo el dia y a las séis de la tarde se reunen en l plaza como en una justa. Es un desfile suntuoso y bajo el arco de las miradas y vehemencias del público las doncellas se superan. La erudicción de la danza, el prodigio del estilo, el sabor aromatizado de la gracia, del buen gusto dan a lucir sus mejores galas. Es de esta competencia de donde va a salir la Reyna de las “pallas” y las novias de los galanes. Y consientes de su destino se entregan las doncellas al vertigo de la danza con un fervor de pitonizas y un lujo de bayaderas. Ejecutan piruetas rítmicas, vuelos geométricos, movimientos lentos y cadenciosos que le dan gentileza y soberania que adormecen y embriagan.

Las Pallas de Corongo 

En Huallanca se ha cerrado el Callejón de Huaylas con un nudo de granito. Pero la Cordillera Blanca sigue su curso hasta Pelagatos anidando en su falda occidental poblaciones emotivas y espléndidos paisajes.

Yuramarca es un oasis. El calor tropical de su clima y la turgencia asoleada de las lomas rocosas que la circundan encandilan la fantasía. La vegetación exuberante y pródiga, los matorrales abigarrados, los bosques de paltos y de naranjos, los platanales y mangos envuelven a los moradores con su fastuosidad y fragancia.

El poblado es parco y cada vez más desmantelado. Los techos de cogollo de caña van cediendo. La gente industriosa emigra a Yunquepampa mientras que el resto se reconcentra en sus huertos. La población recusa al hombre, lo obliga a refundirse. El clima enervante y el horizonte cerrado y estrecho les reconcentra y les obliga a cobijarse bajo la sombra de sus frutales. Es bajo éstos palios y bóvedas donde se desenvuelven las escenas más importantes de la vida social.Si en el día el poblado está como vacío, en la noche cambia de aspecto. 
El fresco los reúne en tertulias hasta la una o dos de la mañana. En el rumor de las hojarascas de los montes vecinos se advierte la aventura y el juramento desfalleciente de las parejas. En otros sitios la música melancólica de las concertinas vierte su angustia.Yuramarca es una campiña de paletadas al óleo. El río Coronguillo le da sus aguas y sube el tono de su verdor. Hacia Mayucayán y Belén se extiende munificente y por Santa Rosa tiene tintes de pintura al fresco. 
El clima se refresca en la altura y hay un atisbo de nevado en la cumbre.

En Santa Rosa las parcelas de cultivo tienen gusto; los señores Flores han hecho acrobacias en la pendiente utilizando la andenería aborigen.
En Pachma las ruinas preincas, tipo Huaylas, muestran su cuna legendaria y sus estelas y esculturas líticas decoran los paramentos de las casas vecinas. 

El camino del Inca se extiendo como una franja nostálgica. De Pachma y Yuramarca sube a Mirasanta pasando por el Palillo. Este paraje otrora era un emporio agrícola.
Los caserones de las casas y las ruinas aborígenes dan a escuchar al pasajero penas y lamentos que la fantasía popular acrecienta con aparecidos y duendes en revuelta. 
Prosigue soberbio el Camino del Inca por entre cerros resecos y montes de añil y achupallas, dejando atrás la hermosa campiña de Mirasanta. En las Alturas de esta hacienda una laguna milenaria vierte sus aguas por acueductos inverosímiles que se sostienen en las raíces de los alisares incrustados en las rocas. Obra gentílica que tiene un sabor de historia.Se llega a La Pampa por el camino del Inca o por la carretera. La población no obstante su aislamiento y lo rala es alegre. Las campiñas de Cuyuchín y Cunchihuara le dan su tónica. Cuarteles de frutales y caña de azúcar son las estampas más sugestivas del panorama. 

El azahar de los naranjos y el jazmín de los solares presta su fragancia. El clima cálido y seco, sin el calor tórrido enervante, sin fuertes lluvias. La Pampa es edénica. Por la mañana los moradores están en la chacra, en las tardes hacen la siesta. En las noches los trapiches exprimen la miel de la caña y benefician la chancaca. Es una feria noctámbula. Por algún lugar apartado la luz disimulada de una fogata denuncia la presencia de un alambique que estila el cañazo de contrabando. Los más connotados personajes del lugar juegan una mano de rocambor o de póquer toda la noche. En los huertos, al pie de los pacáes silenciosos, o en el campo al pie de los umbríos espinos la parejas traman idilios y dan a guardar sus cuitas a las estrellas. Otros grupos subidos a un guayabo o un naranjo laudan sus guitarras; y la serenata tiene el embrujo de abrir la ventana y dar a lucir en el marco el busto azorado de una doncella.La vida en La Pampa es una pascua eterna y una primavera inmarcesible. 

El cielo alto y limpio; en el día su diafanidad de cristal hace soñar y en las noches ostenta estrellas que emulan a los cocuyos. En el invierno de vez en cuando el cielo se cubre de una nube argentada que se mantiene alta. Es una vision fantástica y un fenómeno sideral que aplaca el rigor de la canícula.Clima acogedor, meta de sibaritas, estancia remilgada. La Pampa está engarzada como un ensueño de abril en medio del arenal que la circunda. El clima es una confitura como aquellos panales o alfeñiques que venden sus gacelas de piel de azahar y guayaba.

El río Cuychín arrogante y caudaloso corre por muy bajo del poblado y sus aguas no alcanzan abrevar la sed del agro. Sólo el éco lejano de su melancólica melodía refresca el ardor del paisaje y calma la ansiedad de los espíritus.De los nevados resume un pequeño caudal de agua. Una costumbre establecida por alguna ordenanza preinca distribuye el agua en forma sabia. Es un código perfecto que la costumbre ha establecido aunque no ha escrito. Cañada regante sabe los minutos o las horas que le compete y de día o de noche, con reloj o sin él, sabe también la hora precisa que le toca.Una acequia atraviesa el pueblo de un extremo a otro: es el agua potable. 

Por las mañanas se hace la provisión y por las tardes a su vera las doncellas lavan la ropa. El coloquio es inevitable. Por algo el clima es pródigo. Es la acequia del casorio: desde allí las parejas prematuramente van camino del altar. Y es que también en La Pampa la mujer es una fruta espléndida. De tierna tiene el encanto de un botón de azahar y más tarde es la fragante flor de la chirmoya. 
En las tupidas arboledas ha aprendido la gracia de las lianas y en los esteros la esbeltez de los juncales, los huertos le han dado la turgencia de sus cidras y los cañaverales el almíbar de su miel.Por Cuichín y Chihuiragra la vegetación es selvática. Tiene espesuras que ocultan al sol y sendas que cabriolean en laberinto. Los desmesurados guabos se cuelgan y balancean como cimitarras, las guanábanas dan a gustar su sabor acre-dulce de producto de montaña y en los cafetales ocultan bajo la comba selvática sus hojas lustrosas y la mazorca bermeja de sus frutos.Siguiendo el curso de la carretera el viajero llega a Ninabamba y Pacatqui. 

Las campiñas están saturadas de montes de chirimoyas y como obeliscos se yerguen los cactus gigantes. Por encima de esta estampa flotan las estancias de Huayllamás, Ranhuas con sus bosques de tara y sus alquerías enjabegadas.Pacatqui es un balneario termal. Sus aguas según Raymondy son una de las mejores del país; su temperatura varia de 60 a 80 grados. Hay varias fuentes de ebullición y muchas cuevas de vapor. Los visitantes dejan su nota pintoresca y estampan en los flancos de los cactus versos y endechas recordatorias.Una reliquia del paisaje andino. 

En la base el río caudaloso ofrece sus clásicas melodías, refresca el ardor del clima y da a oler el garbo de los juncos y carrizales. La franja de una carretera da a relucir el brillo de los arenales y luego de contorciones de serpiente se refunde en el río. 
En medio de una superficie de ocre los conos de agua termal vierten sus aguas calientes; las grutas de los vaporadium lucen coloraciones fantasmagóricas y la maravilla de las estalactitas pueblan la fantasía. En las piscinas los cuerpos desnudos se anegan en la sensualidad de las ondas.

 La tierra arde, arde la sangre y arde la ilusión. Por más arriba ríos de piedras se adosan en los cercos y andenes. Los espinos ofrecen sus sombras damasquinada salpicada de sol y de flores amarillas. El cielo es una cúpula azul altísima de donde emerge una luz alba. El sol crepita y tiene fulguraciones de oro en ignición y reverbera. El calor y la resolana enciende el rostro del escenario. Una cadena de colinas en las que florecieran otrora palacios preincanos ofrece su atalaya al más esmerado paisaje. La casa del fundo tiene aire de júbilo y sus flancos se extienden tapices como alfombras; los potreros como un damero que alinean y a sus vera los montes de chirmoyas ofrecen su color verde. Por más arriba los montes trepan y cubren la tierra. Algunas alquerías se empinan por sobre los montes y dan a relucir la cal de sus fachadas. El campo asciende cada vez más y decrece el tono verde y aparecen los sembraos de trigo y cebada. La línea recta de una acequia marca el limite del verdor. 
Para arriba huelga, decoran el azul del paisaje. Y entre manchas de molles se apuntala a las goteras de Yánac donde una fila de casas blanqueadas y de eucaliptos verdes hacen de cenefa o guardilla colorista. No obstante el clima cálido en todo el año, el verdor del campo es una fiesta. Por en medio de la estampa, una cascada de agua se precipita: da su partitura virgiliana y sus abalorios de brillantes. Los chihuillos y huanchacos trinan y sus acordes penetran al alma y hacen vibrar el corazón. Por doquier las rocas ofrecen su pátina verde y sus filos acerados. Por el pie de Caqui y por Ucucha los bosques de piedra consternan, cúmulos de rocas desprendinan, platinan y desimanan: por encima ofrecen el panorama de aristas y planos, por debajo una red de laberintos se entrecruzan. El conjunto de un capricho geométrico y un poema lírico de un profundo sentido estético que el aborigen aprovechó para su morada y el solaz de  su seguridad. En las quebradas los montes de paty tienen proporciones gigantescas y los carrizales y bejucos cierran el paso. Una miniatura de selva y un medallón de oasis es Pacatqui. Por sus sendas y sus bosques, por sus termas y sus prados ha florecido el amor, el romance ha urdido poemas legendarios y la música ha captado temas cautivantes. Las gacelas son un capullo de flor. La piel tibia y la voz tierna, los movimientos gráciles y refinados. En sus ojos todo el fuego abrasador de su clima y en sus sonrisas toda la miel de sus frutas. Un código ancestral rige las costumbres: el amor es un brote de aurora, a los diez años las parejas se ayuntan y no se tiene noticias de que estas aventuras hayan llegado a los estragos de la autoridad. Es que el clima y el escenario excitan y fustigan: el espíritu se transporta con facilidad hacia el ensueño y los cuerpos febricitantes se oblan en holocausto con plena consecuencia de goce y felicidad. El amor es un filtro que vivifica y no una pasión que enerva.

La etimología quechua de Pacatiqui ( Escondido) es una sugerencia y un hechizo que tienta y exalta la imaginación. En efecto es una hoyada discreta que se extiende como un anfiteatro en el vértice de la quebrada. Farallones y macizos de granito de mas de 1,500 m. de altura lo ocultan. Este escenario grandilocuente tiene el poder de la fascinación: atrae y sublima. Desde muy lejanas distancias han acudido los amantes sin esfuerzos ni fatigas y la cita ha florecido como una corola de rosas o una melodía musical, logrando el milagro de renovar el juramento y la ilusión.Por sobre Pacatqui está Yánac con sus casas de cal reverberante. Es una población en marcha y está como colgada de la montaña: un péndulo que regulara la vida del paisaje. Del camino que va de Yánac a Taricá se ve en los cerros y corrales, chullpas intactas como si fueran monumentos de la ruta. Estas reliquias pertenecen a Pueblo Viejo de Pasha, Antigua ciudad aborigen que se conserva integra con sus muros enhiestos y sus callejas solitarias.

Corongo está en el centro de una corola de montañas. De Pacatqui se sube por el camino de la Culebrilla y de La Pampa por la Cuchilla. La Culebrilla está tallada en la roca, sube en zig-zag por una pendiente de 80 por ciento de inclinación; bordean la ruta pencales con magueyes que se contorsionan como reptiles negros. En la superficie de las rocas hay manchas de caracoles que los pasajeros observan con curiosidad. El camino es de una perfección tal que hace insensible la cuesta y alegre la bajada. A distancia espeluzna, de cerca es acogedor.
En cambio La Cuchilla es al revés, parece benévolo. Por sobre un bastión triangular de tierra que arrancando de Colcabamba se elonga hasta el río Cuyuchin, serpea y centella el camino en el filo de las aristas. En la base de ambos lados las quebradas y los remolinos de los ríos ofrecen su vértigo.Desde Colcabamba y La Estrella hasta Aticara y el Mirador el panorama es un sayal multicolor de "palla". En La Estrella, lentejuelas relucen su brillo metálico y en Colcabamba guirnaldas de flores festinan la campiña. Por Piñito, Carhuacondor, Ashacush y Pariacón hay bastilles recamadas con el oro de sus frutales y la esmeralda de su follaje. En Añamara hay brochazos discretos de acuarela cercados por conos rojos de cerros resecos.

El panorama se excelsa en las estampas de Tampuc, Chushuncón, Huayao, Colcabamba y Aticara. En estos parajes el hombre ha acicalado una obra de orfebrería agrícola. La pradera se angosta y cierra en Ayampuco, Pushcoj, Pispal, Huaminay y Ushquish dejando tras de si el sabor del campo y el aroma de los huertos y jardines.Colcabamba y Aticara son estancias de ensueño y parnasos del trovador. Por sus huertos, cortijos y sendas las parejas enamoradas han anidado su idilio y dado a transitar su vehemencia. En el día la sombra de los cedrones y membrillos, el recodo discreto del camino, el arrullo de las aves estimulan, incitan y exacerban; por la noche el frescor apacible de la luz lunar, concita la aventura y por doquier los bardos enamorados tañen melodías invoca trices, llenas de pasión y reclamo. Y cuando la osadía ceba y las parejas arriesgan su destino ahí están los Baños de Aticara: de noche y de dia las sábanas lacustres o las cascadas vaporosas cubren y ahuyentan con sus aguas tibias el enjambre de parejas.

Corongo es una población crepuscular. Su plano sin declives, sus calles rectas y amplias, su rio cristalino, su Puente de calicanto, su plaza con portales le dan una fisonomía especial. Luego está el Cerro de San Cristóbal y el alfombrado de Cochapampa, para solaz de las fiesta y corridas de toros y caballos. Por Caullo y Zincona la campiña se recoge y recorta. Por Ato y Ñahuin se esfuman y sirven de ruta al magnífico paisaje de la puna: un manto de césped tachonado de lagunas y nevados en la Pampa de Tuctubamba.La ciudad esta circundada por cerros rojizos decorados en mayo y abril por flores de nabo y amapola. Al sur este está el nevado del Champará, le presta su diafanidad y el sortilegio y sugestión de su belleza y lejanía. La cumbre argentada es señorial; sus bastos contornos, sus atrevidas aristas, sus enormes farallones y sus extensas faldas de armiño absorben la atención y dan vuelo a la imaginación y fantasía. En esta reverberante superficie de cristal salpicado de cuarzo y granito hay el boceto gigantesco del escudo nacional que el ande ha esculpido con gajos de nieve. Por sobre las franjas de cobalto y grosularia flamean las banderas su dignidad; la llama luce su nívea silueta en un campo de lapislázuli y el árbol de la quina asienta sus raíces en surcos argentados. Fue en esta magnifica visión del paisaje que don Simón Bolívar en su paso por Corongo en 1824 concibió los lineamientos del Escudo Nacional Peruano y que se cristalizara por ley de 25 de febrero de 1825.

Al Este de Corongo se levanta la cumbre de Clarin-Irca. En sus faldas floreció la Cultura Churtay. Clarin-Irca es un regulador cromático del paisaje: su falda occidental es roja y la arcilla aclara el escenario coronguino; en tanto que por la parte oriental es de pizarra negra descompuesta. Por sobre este lienzo plomizo de la campiña están los cortijos de Yanaurán, San Isidro y Cajahuacta con sus inquietantes cercas de cultivo y sus alizares. Son los vestíbulos de Aco. El pequeño poblado se enfila a lo largo de la ruta y hay en su expresion una amabilidad entrañable que hace dulce y querida la estancia. Por encima del pueblo las pampas de Hualla se recortan como un tablero de damas y por la parte baja están las ricas vegas de Succha, Herhuayoc y Yaurimpuco.Aco tiene resabios románticos y nimbus de idilios legendarios. Por sus aleros hay reliquias de pasiones inmortales que el juglar recuerda en la music a y la poesía.

Cuzca es como una flor de Rima-rima. El clima frígido y las casas con compartimentos para la cría le dan un sabor bucólico inusitado. El hombre y el agro se fusionan y se entrañan en la labor cuotidiana. Por encima la puna de Querobamba y sus nevados piramidales ofrecen la sugestión de la pampa y el esplendor del nevado. Polla, Huarirca, Yantacón, Huallcallanca y Urcón son sus alquerías rústicas y su esquiva vegetación. La ganadería tuvo siempre en éstas comarcas un rumor industrial. En Urcón funcionó una de las primeras fábricas de casimir del Perú. 

También la industria minera llevó a Taricá la primera planta eléctrica y los primeros automóviles que llegaron a América del sur. Este escenario y este ancestro laborioso impulsaron la dinámica de Cuzca.Al Oeste de Corongo serpéa un camino de color ladrillo y asciende ligermp0r las coloridas lomas de allaucán. Se entra a Yupán como a un oasis. La escasa dotación de agua ha forjado la campiña de San Juan. Una avenida de jacarandas da a yupón su cromatismo artístico y es el blasón que le destaca y le releva. El pueblo en su lucha con la sed está creando titanes que harán llegar el agua a la comarca.

Se llega a Bambas, la población se apila a ambos lados del camino. Hay una calma y un silencio ensoñador en el pueblo. Por las mañanas lo habitantes bajan al temple y regresan por la tarde. Por las noches la música de las "cajas roncadoras", con su melodía sensual y melosa exaltan los ánimos y desbrozan la depresión espiritual. Es de basmbas de donde han salido estos bardos de la flauta y del parche al que se le ha dado al llamar "Chirocos". Recorren las poblaciones vecinas con ocasión de sus principales solemnidades y embrujan a las gentes con su música lasciva.

Prosigue el camino por Huashgo y se llega a cobamires dejando atrás las ruinas de Ayancuri y Uruchán. En Cobamires está el Castillo del Inca, laberintos subterráneos de la época preinca que siguen excitando la imaginación del pueblo y despertando la codicia de los buscadores de tesoros.

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