Por J. Santiago Maguiña Chauca
Como las más significativas manifestaciones del acerbo folklórico ancashino dejó señaladas, el desaparecido historiador Presbítero Augusto Soriano Infante; “Los Carnavales y Fiesta de Cruces de Huarás; los montes, tabladas y cóndor rachi en Carás;
Más nuestro diligente investigador no pasó de esta simple enumeración, y parece que no puso el menor interés en dilucidar el origen y el significado de las festividades que comprende la celebración de estos tres días consagrados al “Dios Momo”. Los contados escritores que se han ocupado del Carnaval Huarasino, no han pasado de hacernos una pintura más o menos aproximada de suntuosidad y colorido de la festividad de las cruces y del huachihualito, sin tratar de desentrañar un contenido mítico.
En nuestro concepto, el Carnaval Huarasino, constituye una expresión mestiza que no merece la indiferencia interpretativa en que se halla sumida, por falta de estudios de la categoría de Víctor Navarro del Águila, del P. Jorge Lira, de Federico Schaalb y Salvador Palomino Flores, quienes han realizado estudios sobre la fiesta de las cruces en Ayacucho, Huancayo y de los carnavales en Cusco y Apurimac.
Sobre el origen del carnaval peruano hay dos teorías: la de quienes sostienen que tiene un origen español (Navarro del Águila y Nicomedes Santa Cruz), y la del P. Lira, quién sostiene la existencia de un carnaval prehispánico. Veamos lo que dice el P. Lira. El “Puhllay”, Carnaval Indios del Perú, tiene distintivos y características de pureza inconfundible. Por todos sus costados, autóctono, muy indio.
En primer lugar, el sentido estético social está por encima de toda otra concepción, común a pueblos de origen no indio. Su entrelazamiento con el panteísmo, las prácticas rituales con que comienzan estas fiestas es argumento de primer orden. La partes estética sobresale infinitamente por la insuperable belleza de la indumentaria, las canciones y la música es absoluta inspiración india. Y lo estupendo está que tiene música propia, canciones propias y hasta danzas propias.
La propia denominación “Puhllay”, indica diáfanamente tratarse de un acontecimiento social religioso-estético-telúrico-precolombino de uso inmemorial dentro de los núcleos étnicos de Tawuantinsuyo. La incursión europea -parece- casi nada influenció sustantivamente al “Puhllay” autóctono. El carnaval de los blancos más bien parece se vió obligado a asimilar elementos de
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Y Víctor Navarro del Águila, quién ha estudiado el carnaval apurimeño, apunta: A
Nosotros aceptamos la teoría de del Águila, y pensamos que el Carnaval Huarasino es un producto aculturado, que conserva en sus manifestaciones de la fiesta de las cruces y del tumbamonte, fuertes reservas del antiguo pensamiento arcaico andino, modificadas por las formas cristianas que trajeron los españoles. No hemos hallado huellas del Carnaval Indio del Perú en Huarás.
San Sebastián de Huarás (16 enero 1572), fue fundado como pueblo de indios en las postrimerías de la tercera década del siglo XVI, hasta mediados del siglo XVII, la penetración de españoles -por el sistema de las composiciones de tierras comenzaron a dar una nueva fisonomía al pueblo de Huarás, lo que no duraría mucho, pues el 6 de enero de 1725 fue destruido por un sismo de grandes proporciones. Sobre esas ruinas se reconstruirá el Huarás que, con el transcurso del tiempo sería la bella ciudad que nos vió nacer, crecer y que más tarde sería destruida por el sismo el 31 de mayo de 1970.
De acuerdo con la tradición europea, el Carnaval Huarasino celebra los clásicos tres días: domingo, lunes y martes, tres días de jolgorio general. Pero, con un carácter más íntimo, podemos incluir también los dos jueves anteriores al domingo de carnestolendas, denominados respectivamente: Jueves de Compadres y Jueves de Comadres, según estén dedicados a los varones y a las mujeres, constituyendo pretexto para reuniones familiares o de amigos íntimos.
El Carnaval Huarasino, comienza el sábado por la tarde, con la entrada del Ño Carnavalón seguido de sus comparsas enmascarados. Suponemos que esta mojiganga sea de origen hispano; y que podemos identificarlo con lo que el folklorólogo brasileño:
Paulo de Carvalho Neto llama Folklore de Protesta. Las máscaras representan animales, seres sobrenaturales o a personajes antipáticos de la actualidad local.
Pero, en el Carnaval Huarasino destacan por su colorido: el domingo con sus cruces y el martes con el huachihualito (tumbamonte), y el Corso de
El Domingo de Carnaval con su desfile de cruces, es la más genuina expresión del mestizaje de esta fiesta de las cruces, es la representación de una antiquísima costumbre prehispánica modernizada y cristianizada por los españoles.
Pero, no debemos olvidar que la festividad de
En igual forma, los españoles al llegar al Perú hallaron una serie de ritos agrícolas.
Estos ritos fueron desterrados y reemplazados por otros, por los doctrineros; así, donde antes hubo una dacha o una apacheta, se levantó un templo cristiano a una cruz.
El antropólogo Palomino Flores, que ha estudiado la festividad de
Luego, Palomino Flores hace un análisis comparativo del Calendario Incaico, descrito por Huamán Poma de Ayala, según el cual el ciclo de las cosechas y abundancia corresponde a los meses comprendidos entre febrero-marzo a septiembre, y el del hambre corre entre octubre y febrero-marzo, concluye.
En conclusión las fiestas de las cruces actuales, en ayacucho y en los pueblos de la región andina, son reflejos de abundancia y regocijo en el ciclo agrícola Inca o Preinca; fiestas o ritos de la cosecha que perviven hasta la actualidad en la singular identidad de cruz y frutos (frutos recién maduros en las chacras y en las piruas) depósitos...
Si nosotros trasladamos este esquema a la realidad económica-geográfica de Huarás, veremos que coinciden perfectamente dentro de él las fechas en que se celebran las festividades de
Aquí, vamos a analizar la primera festividad y su significado. La festividad de las cruces del domingo de carnaval, en nuestra opinión, es un acto de agradecimiento a Dios por el logro de las primeras cosechas. En enero concluye el período denominado “Mallaké” o hambruna con la cosecha de mitzcas o michcas de papas y de maíz. Este período se ha dejado de sentir entre los meses de octubre a enero, por el agotamiento de las cosechas y la iniciación del sembrío. Corresponde a nuestros antropólogos descubrir que ritos prehispánicos yacen encubiertos por el culto a
Sin detenernos a analizar la segunda festividad de la cruz de Huarás, o sea la fiesta de mayo -la que será materia de otra disertación- creemos conveniente decir que corresponde a la extendida festividad incaica del Aymoray, en que se tributaba culto especial a la “Saramama” o madre del maíz.
Los pueblos europeos antiguos y modernos -escribe James Frazer en su libro
El domingo -preferentemente- aunque también los otros días, es el día de las cruces.
Desde temprano las cruces bajan de las estancias o salen de las casas de la ciudad con rumbo a las cuatro iglesias primorosamente engalanadas. Estas cruces se veneran en las cumbres de los cerros; las siguen llamando Wain-cruz, o sea las que reciben culto en las casas. Todas estas cruces varían en el tamaño y en la calidad del adorno. Las hay bordadas en pana y también en otras modestamente revestidas de machitú y otras flores.
Las cruces van acompañadas de banda de músicos, por caja y flauta o simplemente en silencio; algunas de “categoría” van acompañadas de una mojiganga compuesta de un oso o un capitán, quienes bailan y evolucionan delante de ella. Convendría desentrañar el significado totémico de ambos personajes.
Otra razón que nos induce a pensar en la estrecha vinculación del culto a
El huachihualito o tumbamonte, seguido del corso y entierro del Ño Carnavalón, constituye los festejos significativos del martes de carnaval, vamos a ver separadamente cada una de ellas, porque son dos formas culturales diferentes: la aborigen y la hispana, respectivamente.
El huachihualito, montehualli, tumbamonte, yunsa o cilulo, es una costumbre extendida por todo el Perú. Esto, nos hace pensar que no es una simple forma de diversión, como la de jugar con agua o harina o de pintarse con colorantes o anilinas, no sino por el contrario, encierra un simbolismo sagrado que hoy día se ha perdido. Bien podría ser una forma del culto a los árboles, propio de los pueblos arcaicos.
En la historia religiosa de la raza aria de Europa -escribe Frazer- la adoración a los árboles ha jugado un papel importante. Nada puede ser más natural en la aurora de la historia, Europa estaba cubierta de inmensas selvas vírgenes y en las que los escasos claros deberían parecer a modo de islas en un océano de verdor.
Si, como han sostenido el argentino Vicente Fidel López y el peruano Pablo Patrón, el hombre peruano desciende de la raza aria, no sería arriesgado suponer que también en el Perú, el hombre primitivo tributara culto a los bosques y a los árboles.
Pero volvamos al libro de Frazer y leer que: Cuando se llega a considerar el árbol no tanto como el cuerpo del espíritu arbóreo, sino simplemente como su morada, de la que puede prescindir si gusta, se ha hecho un avance importante en el pensamiento religiosos; el animismo va caminando hacia el politeísmo. En otras palabras; en lugar de mirar cada árbol como un ser consciente y vivo, el hombre solamente le ve como una masa inerte y sin vida en la que reside poco o mucho tiempo un ser sobre natural que puede pasar libremente de un árbol a otro, gozando de ciertos derechos de posesión o señorío sobre todo el bosque, y dejando de ser un alma del árbol llega a ser un dios de la selva. Tan pronto como el espíritu arbóreo se ha zafado de cierta medida del árbol en particular, comienza a cambiar su figura y tomar la humana, en virtud de la tendencia general del pensamiento primitivo a revestir de concreta forma humana a los seres espirituales abstractos... Este cambio de forma no afecta al carácter esencial del espíritu arbóreo.
La potestad que manifiesta como alma arbórea corporizada en un árbol sigue poseyéndola todavía como dios de los árboles, lo que intentaremos probar en detalle. Demostraremos primero que los árboles considerados como seres con alma tienen virtud acreditada para hacer que llueva o que el sol brille sin nubes, que los ganados se multipliquen y que las mujeres tengan partos fáciles.
Cita, Fracer, diversos ejemplos de los pueblos primitivos que practican el culto el culto a los árboles, y luego señala casos concretos de la supervivencia de esas creencias en
Robles y abetos son los árboles que se utilizan.
Si aplicamos lo dicho por Frazer a nuestro huachihualito, hallaremos muchos puntos semejantes. Así en lugar de roble y abeto, nosotros utilizamos el capulí, árbol duro y abundante en la región, que bien pudo haber tenido un valor sagrado al crecer formando bosques.
No sabemos cuando se originó el huachihualito como número culminante en los festejos del carnaval; más, hasta donde llegan nuestras informaciones, era una distracción propia del campesinado y del estrato que nosotros conocemos con el nombre de mestizos; esto probaría, como en el caso de las cruces, el origen prehispánico de esta costumbre; Adquirió jerarquía aristocrática, en 1921, cuando el Comandante Rebollar organizó el primer corso de Carnaval presidido por S. M. María I, o señorita María Iberico; Dentro de esta nueva clase social, fue fomentado por las instituciones sociales, y por ultimo, sirvió de pretexto para reunir en chacras particulares a un grupo de familias amigas.
Plantado el árbol de capulí, es revestido de frutas de la región, huahuas y guanaquitos de masa y banderitas, cadenetas y quitasueños. Estos adornos han sido llevados en los famosos “arcos” que ha obsequiado la pareja del año anterior.
Los invitados forman ruedo y por parejas: hombres y mujer, al son de la banda, danzan en derredor del árbol, descargando sobre éste recios golpes de hacha; Los del ruedo van cantando:
Hoy es carnavales,
mañana es ceniza...
jpricho cascaron,
socsu rrullanhuan.
O las otras de:
Huachihualito, huachihualón
vida de mi corazón;
hachihualito, huachihualón
vida de mi corazón;
Dale duro, dale duro
como al zapallo maduro
dale duro, dale duro
como al zapallo maduro
La última pareja -que ha sido designada de antemano- que con sus hachazos logra derribar al árbol, es la que lo pondrá al año siguiente. Es una costumbre oriunda nuestra.
Apunte de Centro de Investigación y Documentación (CID)