”Mitos y Leyendas Ancashinas”
Del Libro de Julio Olivera Ore ·
El Imperio pre-inca de la Cultura Callejón tenía entre sus reinos federados los Señoríos de Apallasca y Otorongo. El Inca Pashash, era el sol resplandeciente, soberano de aquellos territorios. Erigió el portentoso Castillo cuya Segunda planta fuera revestida con las láminas de oro de sus dominios.
Los escultores y orfebres más famosos tallaron en piedra simbolismos alucinantes y labraron en oro decoraciones sutiles y maravillosas. Los ejércitos primero de Pachacutec, después de Huayna Capac allanaron el Castillo y los españoles en la conquista, barrieron hasta el polvo. Posteriormente los extirpadores de idolatrías con la instalación de los jesuitas en Llapo derribaron las esculturas de aquel olimpo mitológico y perseguidos fueron sus sacerdotes y vestales.
El Virrey Toledo recibió la real Cédula de su Majestad el Rey de España que permitía a los sacerdotes del Inca Pashash habitar su Castillo bajo la advocación del Patrón Santiago el Mayor. Renovó aquella Cédula en los aborígenes la esperanza en un destino mejor y los ayllus reunieron presto a los Incas y Pashash desterrado.
Don Teodoro Canchas legítimo heredero del Cacicazgo de Cabana, vivía refugiado entre Pachorgo y Ojopito. Una comisión de mallquis de la nobleza hubo de invadir aquel refugio y casarlo como a un puma para que retornara a su principado. De aquí que la tradición recuerda su nombre como ”Pillao” que quiere decir ladrón.
Don Teodoro Canchas Pillao fue el último Cacique de Cabana y Huandoval que llevara aquel apellido y con ese nombre y apellido siguió pleito en León de Huánuco para obtener la donación que en favor de los pueblos de Pallasca le hiciera el Encomendero Valentín de Pardavé en 1595.
Atuspiñan Inca entre Parga y Llactabamba dejó una generación de Incas que superviven en los riscos y la última Pashsh fue “Catalina”, que fiel a la tradición medrara incógnita en las cuevas bajo la protección de los caciques de Cangush, Ugabú y Malape-
Cuando Catalina cumplió catorce años era una hermosura real y en Shaños se celebró sigilosamente la ceremonia del “Huasca Rachi”, rotas las argollas de virginidad. De vestal paso a hurí y aquella belleza codiciada debería darle soberanía entre el cúmulo de sus admiradores.
En el paraíso de su adolescencia tuvo a sus pies la lira de los bardos, la canción de los trovadores, el tesoro de los avaros y los honores de los poderosos. Y gusto el placer sensual de efebos vigorosos y la lejanía lasciva de viejos libidinosos.
Regaló caricias a pordioseros llegando a enriquecerlos con creces. Un beso de sus labios redimía hasta los bandidos.
Las turbas la aplaudían cuando en la danza desflora garbos y daba a admirar el encanto de su hermosura, apetitosa y codiciable. Y quien lograba el favor de tenerla en sus brazos no sabia si besaba una flor o una estrella o si ajustaba a su talle la cauda de un astro o las ondas de una melodía.
Cuando Catalina recibió el Castillo de sus antecesores, hubo de remozarlo con lujo Inca y zalamería andaluza. Y en aquel palacio volvió a lucirse las galas del sol por entre encajes sevillanos y tintes de Senegal.
Una banda montada por Popiniano Sánchez saqueó y desbastó el Castillo. La autoridad que lo juzgó lo condenó y a toda su generación a agregar a su apellido la palabra “Pillao”. Tal la tradición guardada por aquél cumplido varón que se llamaba don Jeremías Sandoval.
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